Acabo de leer esta frase en Al caer la luz, de Jay McInerney: “echar de menos a otra persona era un modo de pasar el tiempo con ella”. Me he quedado pensando y no termino de comprenderlo. Lo encuentro extraño y hasta con cierto matiz psicópata. ¿Qué objetivo puede perseguir esa ‘relación’ que es casi imaginaria? No lo sé. Inicio una reflexión. Desde que mi madre cruzó el umbral de este mundo para empezar su nueva vida en el otro, sea lo que fuere ese ‘otro’, la echo de menos. Al principio a jornada completa; con el paso de la vida, a jornada intensiva; ahora, a intermitencias desordenadas. Yo era muy joven cuando ocurrió, es decir, mucho más joven de lo que soy ahora –guiño, guiño– y quizás por eso más vulnerable. Y más egoísta. Y más inconsciente. Y más insufrible. Hay imágenes que se fijan en la retina de tu vida, momentos que te impactan de alguna manera, para bien o para mal, echan raíces y se vuelven compañeros de viaje. Y he descubierto que, aunque hayan pasado más de 20 años, todavía hay veces que duele recordar. Duele reconocer todas las mañanas en las que negaste un beso o una débil sonrisa simplemente porque sí; hiere admitir que pudiste hacer esa llamada justo al llegar a tu destino y no lo hiciste por pereza; quema imaginar lo que podría haber sido y ya nunca podrá ser, lo que podrías haber dicho y nunca salió de tus labios, lo que pudiste escuchar si hubieras preguntado a tiempo; perfora el corazón descubrir que, en tu egoísmo, no fuiste capaz de ponerte en su lugar y salir en su ayuda en vez de quedarte ensimismad@ en tus propios asuntos; escuece constatar que era más fácil juzgar desde una posición descomprometida en vez de haberte comprometido sin más. Incluso abruman todos los besos, buenos momentos, abrazos, miradas, risas y gestos que, presos en instantáneas, decoran el panel de tu vida. Quiero pensar que, a pesar de todas las omisiones, los seres queridos sabían, saben y sabrán que fueron y son queridos, y por suerte, el instinto de supervivencia y ese gran placebo que es el tiempo, ayudan a espaciar cada vez más las ráfagas de dolor dejándote asumir que sólo eres una persona, no un superhéroe. Una mañana cualquiera, hace más de mucho tiempo, ya no pude proyectar el rostro de mi madre sin esforzarme. Me asusté y me sentí culpable por haberme permitido emborronar sus rasgos, desdibujar su expresión. Igual que es imposible estornudar con los ojos abiertos, no puedo procastinar la alegría o la tristeza y tampoco evitar echar de menos a esa persona que no está a tu lado cuando te gustaría que así fuera. Echar de menos a otra persona es un modo de pasar el tiempo con ella. Ahora lo entiendo. Puede que sea enfermizo, no lo niego, pero si lo pensáis detenidamente, cobra sentido. Incluso con los seres queridos que comparten nuestro espacio – tiempo. Te echo de menos; estás conmigo.
0 Comentarios
|
Hola!Uy, aquí voy a contar las cosas más 'ardillibles' que vea. No tengo ni idea de cuáles serán. Archivos
Marzo 2019
Categorías |