Anoche tuve un sueño... no, perdón, recuerdo algo que soñé anoche: me deslizo minúscula entre los órganos calientes de un cuerpo extraño. Del corazón brota un tulipán color de fuego y asciendo por su tallo hasta unos labios, escuetos de amor. La sensación de calidez es extrema y, de repente, somos dos. Nos elevamos cogidos por la cintura hacia un nuevo universo que estrenamos como Neil Armstrong. Dos lunas, dos soles, dos estrellas, dos rostros, somos nosotros pero al mismo tiempo somos sólo otros. Un vértigo, un abismo, el vacío. Estoy sola. Y me precipito atravesando una veintena de techos hasta alcanzar la gran lámpara de araña, las lágrimas de cristal tintinean a mi caída. Sigo cayendo. La exquisita disposición de la mesa de comedor, la elegancia de los muchos comensales con trajes de principios del siglo XIX, el alboroto de cubiertos y copas entremezclado con las conversaciones de los invitados. Entonces, me desplomo de espaldas sobre el centro de mesa. And suddenly, I felt nothing. Cuando recuerdo algo que he soñado me siento rara. La mañana empieza conmigo siendo otra, o puede que siendo una versión distinta de mí, y esa sensación me acompaña a lo largo del día, se adhiere a mi ADN y se queda para siempre. Como un perfume o una canción que nunca olvidaré. Como algo vivido, como la memoria de la experiencia. El doctor Otto Loewi se despertó en plena noche y apuntó algunas cosas en un papel. Al día siguiente comprobó que había soñado los conceptos básicos de la neurotransmisión química. Ganó el Nobel de Fisiología en 1936. Algo parecido le ocurrió a Larry Page, cofundador de Google, quien confesó que la idea del buscador vino a él durante un sueño. La neurociencia ha encontrado el lugar donde nacen los sueños. Está justo encima de la nuca y lo llaman hot zone. Nuestros sueños ocupan el 95% del tiempo de la fase REM, sin embargo apenas recordamos unos minutos, y no siempre. La neuróloga Francesca Siclari asegura además que “el sueño es para el cerebro una experiencia real y no sólo algo que inventamos al despertar”. Esto me ha hecho pensar. Una experiencia real… Una experiencia en la que nuestra consciencia está activa. ¿Significa esto que, en cierto modo, tenemos la capacidad de soñar la realidad? Y voy más allá… ¿Será que, a partir de un registro de emociones y datos diarios, nuestro cerebro dormido pero consciente nos regala oportunidades, soluciones, premoniciones y hallazgos que olvidamos al despertar? Me siento torpe y algo absurda al constatar, una vez más, que la clave está en nosotros mismos. Que alguien nos re-enseñe a recordar, please.
1 Comentario
Lo confieso: unas diez cucharadas de helado de nueces de macadamia han sido el motor de mi running de hoy. Hacía más de una semana que, entre nevadas y trabajo, no había salido a correr. Mi mejor momento para esta actividad siempre es antes de anochecer porque me gusta pensar en qué ha sido del día, zancada tras zancada. Sin embargo, hoy me he sentido pequeña en el circuito, sin capacidad de egoísmo, sin intención de dedicarme apenas un pensamiento. Me he olvidado de mí misma al contemplar, casi en exclusiva, cómo iba cambiando la luz allá por la línea del horizonte. El cielo se ha transformado en un gran óleo teñido de rojo en algunas partes, y en otras, las nuevas nubes cargadas de gris plomizo empezaban a besarse unas con otras entremezclándose sin pudor, mientras las luces de las casas brotaban como por contagio. A medida que iba avanzando, sorteando muchos charcos y algunos perros con collar fluorescente, la tarde se evaporaba y cada vez más luces iluminaban la ciudad. Millones de personas en sus casas, millones de historias, debilidades, sueños, penas, ilusiones, anhelos. Millones de personas que sólo quieren –queremos– ser felices. Y esto me ha llevado a una nueva reflexión. ¿De verdad estamos preparados para buscar la felicidad? He pensado en Roy Batty, el replicante de Blade Runner. Roy sólo era un Nexus 6, un androiode de última generación prácticamente indistinguible de un ser humano, salvo por su no humanidad. Conocía su límite: su vida sólo duraría cuatro años. Sin embargo, a pesar de ser sólo un androide, sabía que no quería morir. Nosotros, a diferencia de los Nexus 6, no sabemos cuánto tiempo disfrutaremos de la oportunidad de ser y estar; de decidir si salimos a correr o nos quedamos en casa leyendo o viendo una película. No sabemos si hoy mismo, esta noche, nuestra luna nos mandará un mensaje a través de una canción que recordamos de repente. Ni tampoco si mañana será tarde para empezar a ser valiente. Porque le he dado muchas vueltas y he llegado a la conclusión de que no es fácil atreverse a intentar ser feliz. No. A veces la cobardía se vuelve un escudo que nos protege, muy difícil de resquebrajar, una buena excusa para instalarnos en la queja y culpar a la vida. No sé lo que haría un Nexus 6 si tuviera el privilegio de vivir con la incertidumbre del ser humano… Tampoco sé cómo reaccionaríamos nosotros si descubriéramos que somos Nexus 6. ¿Arañaríamos un minuto más en la Tierra? La noche cubre el circuito y la ciudad de seres humanos se prepara para seguir viviendo. Con o sin escudo. Sólo espero que todos nuestros momentos no se pierdan en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. |
Hola!Uy, aquí voy a contar las cosas más 'ardillibles' que vea. No tengo ni idea de cuáles serán. Archivos
Marzo 2019
Categorías |