“A menudo me pregunto quién será la última persona que me vea con vida. Si tuviera que apostar, lo haría por el repartidor del restaurante chino. Los llamo cuatro noches de cada siete. Cuando el chico llega, busco teatralmente la billetera. Él se queda en la puerta, sosteniendo la bolsa grasienta, mientras yo cavilo en si ésta será la noche en que me coma el rollito de primavera, me acueste y tenga un infarto mientras duermo”. Hoy me he despertado pensando en la obsesión del protagonista de este libro, La historia del amor: no morir un día en el que nadie le haya visto. Completamente legítimo, comprensible, humano. Y se hace notar cada día que pasa porque no sabe si será su último día en la Tierra. Ni puedo ni imaginar cómo debe de ser sentir que ya estás en la última canción de la cara B del LP de tu vida, y que cuando se oiga su último acorde, la única opción sea volver a escucharla una y otra vez. O guardar el vinilo, para siempre, en su funda. Sin embargo, como casi todo en esta vida, puede que sea cuestión de actitud y, como Leopold Gursky, el anciano protagonista del libro, tengamos que hacer algo especial cada día para que no nos olviden. Una caricia no solicitada, una palabra amable en un contexto hostil, una invitación a compartir un sueño, un plan inesperado, un regalo, un email de apoyo… La historia del amor, de Nicole Krauss, es la prueba de cómo un libro puede cambiar más de una vida.
3 Comentarios
Impactada aún por las escenas dramáticas que presencié ayer quiero compartir con vosotros estas reflexiones, o llamadlas dudas si queréis. Infidelidad, deseo, odio y amor. ¿Qué son? ¿Forman parte de una misma obra? ¿No hay una sin las otras? ¿Cuando cualquiera de éstas muere revive la siguiente? ¿Viceversa? ¿No sabemos controlarnos? ¿No queremos? ¿No debemos?
Todas son rasgos de humanidad, de humanidad en el sentido literal de la palabra. No sé si son incontrolables, indomables, más fuertes que nuestra férrea voluntad, desconozco cuál de ellas predomina en nuestra cadena de ADN. Y esto me conduce a un nuevo precipicio moral que tiene que ver con la insoportable levedad del ser. ¿Qué es más inmoral, sentir cada instante como si fuera el último en una especie de oda a la vida o dejar que agonice como muestra de humanidad –esta vez NO en sentido literal–? Amar o amar la vida por encima de todo pronóstico puede causar estragos a nuestro alrededor. Es infernal esto que he dicho, lo sé. Quizás sólo se reduzca a una toma de decisiones a partir de una serie de prioridades que nos marcamos según nuestras creencias, valores, limitaciones, miedos, aspiraciones, flaquezas… que cada cual elija su preferida y/o añada la que crea oportuno. No quiero despedir este post de hoy sin recomendar una película exquisitamente elegante, esencial, hipnotizadora y magnética. Viene al caso porque parte de los mismos hechos que se perpetraron anoche en las casas de cuatro seres humanos muy humanos, aunque los protagonistas de In the Mood for Love son humanos muy sublimes. Pensad, pensad, y si os ha gustado el tráiler, ved la película de Won Kar- Wai Hoy sólo quiero bailaaaaarrr! ¿Os animáis? El tema de Justin Timberlake me pone muuuucho las pilas: Can't stop the feeling
“A medida que me acerco a los cuarenta sin haber conseguido ninguno de los objetivos que me había propuesto, sin haber alcanzado la profunda creatividad –por la que me he esforzado durante años–, siento que adopto una posición menor, oscura, mediocre, que no es mi destino pero sí culpa mía, como si en algún momento me hubiera faltado el ingenio y el valor para ajustarme de modo competente a las formas que tenía a mano”.
Es uno de los muchos pensamientos expresados en un libro que recomiendo totalmente, Diaros, de John Cheever (Editorial Emece). 500 páginas geniales, en las que Cheever desnuda en su cotidianeidad su propia alma. Nada de lo que dice es superfluo, aunque esté hablando de cómo corta el césped los domingos después de ir a la iglesia. De este párrafo que he elegido hoy – 7 de julio San Fermín, nublado e increíblemente precioso sólo por ser un día más– me quedo con su terrible desazón, su sentimiento de culpa, su sinceridad, su amalgama de minúsculos dramas morales y diarios. Confieso que en más de una ocasión me he sentido en “una posición menor, oscura, mediocre, que no es mi destino pero sí culpa mía” y siempre he llegado a la misma conclusión desesperada y frustrante: tengo lo que merezco. Pero hoy, releer a Cheever me ha hecho darme cuenta de que da exactamente igual lo que merezca o no, porque lo que de verdad importa, y es clave en esta extraña vida que nos pasa mientras hacemos planes, es justo ajustarse de modo competente a las formas que tenemos a mano. John Cheever escribió estos diarios durante 40 años, sin ninguna pretensión de que fueran publicados. Esto implica una actitud plenamente sincera y, por tanto, altos niveles de vulnerabilidad. No digo más. |
Autora
Soy Monti. Me encanta compartir este blog contigo. ¿Te apuntas? Archivos
Octubre 2017
Categorías |