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COSAS QUE INTENTO

21 días de agosto

25/1/2018

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En agosto de 2016 me propuse un reto: conseguir una rutina mínima en running. Es decir, correr. Siempre quise intentarlo, pero yo misma me ponía los más diversos obstáculos, ejemplos del autoboicoteo al que suelo someterme cada vez que pienso en intentar algo difícil (guiño de ojo, please). Sin embargo, ese verano 2016 fue clave para mí. Sentí una fuerza de la naturaleza llamada rabia, que es la que suele empujarme a empezar nuevas cosas. Bueno, seré sincera, la rabia me funciona fenomenal pero también, cómo no, ayudó la perspectiva de un mes de vacaciones. Digamos que los astros se alinearon formando una flecha acusadora que me apuntaba: “Monti, deja de hacer el vago y ponte a correr. Ahora es el momento”. A la ‘recomendación’ de los astros se unieron algunas variables favorables y evidentes, de ésas que te hacen sentir que no te queda más remedio que empezar de una vez.
Enumero:
1. Primer agosto entero –sí, has leído bien, entero, o sea, entero, 31 días– que pasaba en la playa.
2. Mejor amiga que practica running a diario.
3. Océano Atlántico a mi vera all the time.
4. Circuito de running ya preparado e ideal.
5. Zapatillas nuevas –no diré marca­–.
6. Cargo de conciencia por ingestión de cerveza y tapas a cholón.
7. ‘Imperfectibles’ puestas de sol.
 
Suficiente, ¿no?
 
El caso es que me lancé a este mundo del running con la ilusión y la temeridad del principiante, y decidí que mi mejor momento para este propósito era el atardecer. El primer día creí morir en el minuto dos. El segundo, también. El tercero me propuse aguantar 5 minutos mientras mi amiga, mucho más en forma que yo, iba y venía al trote a lo largo del circuito como para comprobar si me había dado un síncope. Y así fueron pasando los días, y de cinco minutos pasé a 10, 15 y hasta 20. En serio, en mí, eso era la pera.
Sorprendentemente, no sólo conseguí superar el reto de los 21 días, también me di cuenta de que me gustaba.
 
Correr me invitaba a pensar y a no pensar; a imaginar y estar pisando la tierra bajo mis pies; a cruzar la mirada con seres desconocidos que cruzaban la mirada conmigo; a conocer mis carencias y mis capacidades; a dejarme ir hasta el límite del esfuerzo; a esforzarme por alcanzar un nuevo límite; a verme pequeña ante la línea del horizonte; a sentirme grande en mi pequeño ecosistema de supervivencia… A tener una nueva dimensión de mí misma.
 
Cuando llegué a Madrid me costó reubicar los momentos y adaptarme al nuevo contexto, a los horarios de trabajo y las barreras de mi mente. Sin embargo, contra todo pronóstico, seguí practicando running al menos dos veces en semana. Y ahora, hay días en los que el tiempo se convierte en mi aliado, los astros se alinean de nuevo y me dicen: “no pares, sigue”. Casi siempre les hago caso.
Otras veces sólo soy humana.
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