Voy a lanzar un grito invasivo de otoño que contenga la luz del verano completo. Para que las tierras canten como nuevas al liberar los versos que sufren en galeras, y empezar por fin a navegar montados en sonetos, en nieblas, en unicornios. Sólo al son de los vientos.
Voy a empezar ya mismo, y no más tarde, a traducir mil lenguas, las que hablan de la vida. Que cuenten un sinfín de cosas que han pasado tan lejos y tan cerca, al lado de las venas de los cuerpos del mundo. Y no lo saben aún, pero se erizan de emoción todas las pieles al saber que no hay bálsamo que cure las heridas del vivir. Voy a bailar bajo el peso de océanos tremendos y a compartir oxígeno contigo mientras nos rozan desafiantes los hijos de Neptuno. Seguiremos el ritmo de las burbujas que escapan de las manos de los niños y suben y suben y, en su ascenso, hacen cosquillas a las mantas raya. Voy a volar de círculo en círculo, de ojo en ojo, de fiesta en fiesta cualquier noche estrellada de este enero. Me envolverán las notas vibrantes de pianos y guitarras eléctricas bajo los focos del teatro más antiguo del mundo. Y nada ni nadie podrá parar la música por mucho que amanezca en las almas de todos los que estemos allí. Una noche cualquiera.
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Agosto 2018
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