Puedo imaginar mundos fantásticos de neón y chicle con los ojos abiertos las mañanas de lluvia que no cesan.
Salgo ganando cada vez que me sumerjo en el océano helado de sabores de música y silencio. Oigo el murmullo del flujo de la sangre por mis venas, pausado y dulcemente constante, los días que cuelgan sus ruidos afuera. Paseo de puntillas por un mar de dudas y salgo al trote montada en un caballo blanco de secreto futuro. Doy mil golpes de efecto retardado cuando los ojos sufren y los afectos ensordecen a un tiempo. Me vacío ante la idea de perder el tiempo sin gastarlo. Enarco una ceja cuando quiero mostrar asombro por las cosas que son inauditas. Lloro sin motivo para que las lágrimas no caduquen y siempre broten nuevas y límpidas desde lo más íntimo del alma. Sé esas pocas cosas que me cuento en secreto, en voz baja, a ras de Luna y polvo de Orión, cuando mi nave parte y rasga la galaxia. Espero todavía y siempre una respuesta, un gesto, el roce sutil y tibio de tiempo de aquellos que se fueron. Siento miedo al pensar en mí misma como alguien que pudiera herir con la voz y las palabras. Soy un revoltijo de células y nervios, de flores y piedras, de tijeras y plastilina, de letras y música, de bienvenidas y despedidas, de mañanas y noches… Soy yo y todos los que rozaron mi corazón en todos los sentidos.
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Quizás no somos nadie para opinar sobre el universo que explota en millones de fragmentos de cristal de arcoíris.
Descubrimos que el alma consigue alzar su voz como los sonidos sinuosos de viento de clarines, sin pedir permiso. Desarmados, flotamos por el espacio en busca de algo, algo auténticamente humano y sencillo que nos devuelva palabras queridas, como lámparas de papel iridiscente. Nada bajo la base de la personalidad, nada sobre la cima del pensamiento, todo el interior repleto de canciones de gramófono que, inconexas, difunden su sonido metálico y antiguo hasta más allá de los límites del sol. Desaparecen la pena y la sombra y se escucha a lo lejos el eco de las voces que amamos montado en un unicornio blanco de luna. Siempre es de noche en el anillo donde habitan las hadas, donde los sueños duermen los cuentos de nuestro futuro. Quizás hoy sea un día lluvioso y líquido de tiempo y memoria en el que extrañas formas de vida emergen de los vasos medio vacíos. Quizás hoy las fronteras humanas se vuelvan polvo estelar y nos permitan atravesarlas a cámara lenta, como sumergiéndonos en mercurio. Quizás las notas dispersas de otras vidas enciendan velas que se eleven hasta los agujeros negros de los olvidados. Quizás nuestro nebuloso viaje encuentre hogares tecnicolores que tiñan la cúspide de la Tierra desde más de mil años luz de distancia. Y saludemos amables entre lágrimas artificiales. Cuatro grandes aves sobrevuelan la bahía en silencio. Despacio, sus alas rasgan el aire sin descanso, una y otra vez y otra y otra… El tiempo se detiene en un trozo de cielo, el mismo que todos miramos desde el reflejo del sol en las aguas en calma.
Cuatro pares de ojos directos al infinito persiguiendo las estelas de otros que ya escucharon la llamada de las tierras vírgenes y cálidas del mundo. Ni nos miran, y si lo hacen sólo es para verificar que se alejan cada vez más del frío roce del asfalto en enero. Pero en su adiós todavía se respira una ráfaga de nostalgia por todos los que se quedan suspendidos en los cables de las emociones. Si alguna vez sintieron el fresco soplo en las copas de los árboles de esta parte del mundo, hoy lo recuerdan y entornan sus ojos con la excusa del viento. Si aquel velero que conquistaron una tarde llega a puerto perseguido por las olas ancianas del Pacífico, no volverán a posarse en sus velas rotas por la aventura. Jirones de náufragos que buscan rehacerse en esta vida se encuentran compartiendo nubes blancas allá arriba, donde ya casi no los distinguimos. Son sólo manchas que se mueven. Cuatro grandes aves rompen a llorar justo al final del horizonte, en la primera toma de sus vidas de plumas, y se sumergen en las aguas heladas para que sus lágrimas se confundan con las de las mareas. Es todo. Vuelan las sonrisas, vuela el ansia toda y gira su cuerpo el ser amado que nos mira y gira. A vuelapluma escriben los poetas los versos lentos de cadencia y tono. Y giran. De la rama, sordo y mudo, el jilguero asoma el ala levantando el vuelo. Gira el mundo y cae el tiempo. Por siempre solos en los márgenes prohibidos de gelatina y ambrosía los puentes flotan y recuerdan ríos bravos. Giran las cometas de sueños esquivos hacia el sur del universo, el viento entre el papel y la cuerda canta un mar de perlas solitarias. Y bailan. Tras las esquinas de las conchas romas, justo donde se pierde su mirada, el Sol aguarda con la Luna esbelta para girar unidos cuando se besen las promesas dadas. |
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Agosto 2018
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