Puedo imaginar mundos fantásticos de neón y chicle con los ojos abiertos las mañanas de lluvia que no cesan.
Salgo ganando cada vez que me sumerjo en el océano helado de sabores de música y silencio. Oigo el murmullo del flujo de la sangre por mis venas, pausado y dulcemente constante, los días que cuelgan sus ruidos afuera. Paseo de puntillas por un mar de dudas y salgo al trote montada en un caballo blanco de secreto futuro. Doy mil golpes de efecto retardado cuando los ojos sufren y los afectos ensordecen a un tiempo. Me vacío ante la idea de perder el tiempo sin gastarlo. Enarco una ceja cuando quiero mostrar asombro por las cosas que son inauditas. Lloro sin motivo para que las lágrimas no caduquen y siempre broten nuevas y límpidas desde lo más íntimo del alma. Sé esas pocas cosas que me cuento en secreto, en voz baja, a ras de Luna y polvo de Orión, cuando mi nave parte y rasga la galaxia. Espero todavía y siempre una respuesta, un gesto, el roce sutil y tibio de tiempo de aquellos que se fueron. Siento miedo al pensar en mí misma como alguien que pudiera herir con la voz y las palabras. Soy un revoltijo de células y nervios, de flores y piedras, de tijeras y plastilina, de letras y música, de bienvenidas y despedidas, de mañanas y noches… Soy yo y todos los que rozaron mi corazón en todos los sentidos.
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Diciembre 2018
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