Mecidas por el viento, Como los recuerdos que nos hacen vibrar de repente, Decidimos seguir la ruta más angosta hacia nuestros límites. Y resultó ser la única y auténtica. Y nos trajo ondulando por mares y montañas. Nunca vimos el fin, porque no existe. Nunca antes dos –o más– corazones saltaron tan parejos. Como los ojos verdes que juntos, al unísono, elevan su mirada hacia la bruma. Los árboles en ramas, sin hojas, pues se escapan hacia el próximo invierno, Dejan hueco a las almas que ensortijan presencias. Quizás no existan el tiempo ni el espacio. Quizás tengan razón esos que afirman que sólo somos una manifestación más de la energía. ¿Lo imaginas? Quizás sea cierto que yo soy sólo un yo de los que pude ser, Y que también soy un nuevo yo en potencia O muchos más… ¡quién sabe! Observo un punto fijo en la pared vacía. Y nada me parece tan difícil como dejar de imaginar Ahora mi vida sembrada de futuro. Me fundo contigo y desdibujamos una espiral de ráfagas que vuelan, Que asciende esbelta hasta alcanzar la cima.
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Te siento. Lo saben los astros y la piel. Te muerdo. Me muero de hambre y te lo hago saber. Sólo el viento puede volar a expensas del tiempo. Ahora desapareces, te busco. Después insistes, te haces pequeño, mortal. Más tarde arañas la fortaleza artificial con uñas de niño que sangra. Corazón de piedra que bucea hasta el fondo y encuentra el antídoto. Respiro. Me lleno de almas, expiro los cuerpos. Planeo sin contornos y rasgo las nubes El puente se alza, sinuoso y templado. Acaricia la orilla que calma de miedo. Me rozas: me elevo. Me vuelvo y no huyes. La verdad es la cárcel de hielo que quema. La cínica sombra que apaga la luz del presente. Se marchitan poemas de luna y galaxias. Sollozan los lirios porque existo sin ser Yo Ya nunca rezo al Dios de los salvajes. Mi madre no lo sabe. Me pasas el dedo por los ojos, de azules perpetuos, de azules grisáceos Tú. Saludo y sonrisa al doblar esa esquina, de amor y de odio. Te empujo. Te grito. Te reto. Golpeo con palabras tu pecho que se abre entre muros, para mostrar un mundo hecho de lánguidos recuerdos que licuan el deseo. Deseo que ojalá. Deseo que seas nada. Deseo decirte escapa. Resuena con fuerza el toque de queda emocional. Deseo más que nunca la palabra que cuelga suspendida en un nombre. Hoy es cuando me desentiendo. Hoy he vuelto a esperar de ti en balde una sonrisa, un gesto, una flor, un verso endecasílabo, un hola, una vuelta más… Quizás todo este tiempo te he sobrevalorado. Te siento extrañ@, distante, altiv@, arrogante, cobarde, hipócrita y voluble. No, puede que me recuerdes más a uno de esos muñecos hinchables que "bailan y saludan como idiotas", sin ritmo ni poesía, sin motivo aparente... A veces hay que llorar con ganas, para limpiarse por dentro y curarse con placebo de la Diógenes emocional. Pero otras veces es necesario elegir permanecer alerta, fijar la vista en un objetivo concreto, no parpadear y sostener las lágrimas inmóviles, suspendidas en el párpado inferior, al borde del precipicio, temblando de miedo. Y abortar el llanto. Porque hay momentos en los que más vale matarlo y empezar a rabiar. Por eso hoy es definitivo, concluyente, glorioso, tangible, inmenso, enfermo, hoy duele también, pero más que mañana. Prepárate, porque pienso mantener la vista al frente, las lanzas en alto, el corazón herido pero protegido por restos de varios naufragios, el alma descarriada como en un pinball, las manos como expresión última del iris, las piernas duras y dispuestas a rematar a patadas cualquier atisbo de debilidad. La música sin pausa ensordece los sentidos y mueve los cuerpos como en un trance alucinógeno que libera endorfinas. Y empiezo de nuevo. Es la guerra. Es la rabia. Es la vida. Hoy estoy… y mañana estaré. “Somos lo que pretendemos ser, así que elige bien lo que pretendes ser” Kurt Vonnegut (1922 – 2007) Miles de motas se desprenden del techo cuando la pelota de goma rebota en él. La última luz del sol de atardecer las captura y las hace brillar en su descenso hacia el suelo. Me mantengo bajo esa lluvia que no moja pero enciende los sentidos. Cierro los ojos, extiendo los brazos y giro sobre mí misma una y otra vez, no paro hasta notar que pierdo el equilibrio. La sombra de mi cuerpo en movimiento se proyecta en la pared del claustro, clandestina y sin dueño entre arcos concatenados. Puede que ésta sea la última oportunidad para echar a correr en dirección opuesta al pasado, sin nada más que el deseo de iniciar algo nuevo y distinto. Con el firme propósito de seguir siendo dinámica y no por completo predecible, prometo darme cuenta de lo sublime que es el tiempo que nos queda. El Sol se duerme y espero que me sueñe Luna, sobre su lecho de estrellas y de cielo, armada con mis dientes, teñida de valor y siempre nómada de emociones. Miles de horas esperan ser gastadas pero, entretanto, cada segundo es rey en este reino que conquista las tierras del presente. Hoy ni las palabras cargadas de desdén ni los claroscuros enfoques de sus puntos de vista conseguirán que te quiebres por dentro. Resbalan. El mundo parece un poco más amable, un poco menos muerto, y provoca un efecto precioso que sólo reverbera cuando las almas afines desoyen las voluntades que oscurecen los signos. Hoy propones una tregua, un receso salvaje de flores y de manta en la orilla que quieras, hacia el Sur de este siglo o detrás de esa duna. Y dejas que aniden en tu acrópolis cuantos pájaros quieran ver el Sol como última frontera. Te aseguro que hoy puedes elevar la sonrisa a la enésima potencia sin motivo aparente, sin nadie que se preste a servir de payaso. Si creen que no y tú que sí, ¿quién pierde? ¿quién mutila los últimos segundos posibles de esta etapa? Y eliges hacer pedazos el TODO si así consigues ver la luz de cada parte que palpita en los vértices. Sucede que hoy te pones en un pedestal y ves más allá del límite hipermétrope que insulta sin ser verbo, que escupe siempre en seco. Volar así es más fácil que suplicar al viento que te eleve en un rato, que cuente los secretos del cielo susurrando entre árboles sus nanas. Estar aquí, ser lo primero y lo último en tu mente. Y aunque reconoces efímera esta constancia de ser y estar, no es olvidada, y resurgirá al menor síntoma de asfixia emocional. Hoy es tú, y eres tú tu único compromiso. No te falles.
Observa el vuelo submarino de una medusa, el silencio, el tiempo húmedo se cuela entre tentáculos que oscilan al compás de las corrientes. Casi no hay luz y su cuerpo de seda y tul baila y se desplaza al roce de corales y plancton sin intención concreta. Sólo vive, se impulsa con una elegancia que es innata, que hipnotiza y enciende la mirada de los depredadores. Arriba, el mundo seco fluye a velocidad de crucero; abajo, los sonidos que emiten las ballenas descansan en su umbrela sólo unos segundos antes de reanudar un viaje de ida y vuelta. A ras de fondo, ejércitos de anémonas esperan su caricia final. Nada teme la bailarina transparente de luz, nada advierte, pues no siente el peligro inminente tras disfraces de flor. A veces, el pulso de la vida congela el corazón y nos convierte en preciosos animales invertebrados con dientes de pétalos que acechan su alimento para sobrevivir. Y otras, sólo sabemos bailar entre los otros como medusas. El mundo debería parar al sentir que hay alguien perdido, alguien que gira en sentido inverso al resto. Quizás sería un gesto honesto que se habilitara una señal, una clave secreta, una especie de contraseña o código rojo que indicara alarma por riesgo de exclusión para que, automáticamente, se desactivara la opción vida por un tiempo limitado. Así nadie desperdiciaría instantes, minutos, horas, meses e incluso años de existencia en estado latente. Podría ser simple, como cuando los taxistas paran el contador y deciden sobre la ruta más idónea para llevarnos a nuestro destino. Nuestro destino. Dos palabras liberadoras de toda culpa, de toda responsabilidad, que se suelen decir sin reparar en gastos. ¿Acaso no es reconfortante escuchar la voz del GPS segura de sí misma: “...y a 500 metros, su destino estará a la derecha”? Sensacional. En la vida no funciona así, no hay GPS que nos lleve a nuestro destino ni se para el contador aunque no hagamos más que dar vueltas a rotondas clonadas sin decidir cuál es la salida correcta. Lo he comprobado. Todo sigue. Nada se para. La vida arrasa, no se detiene a darnos tiempo, a pesar de las muertes en los flancos del camino, a pesar de las lágrimas y de las pérdidas del corazón; aunque necesitemos un largo abrazo o soñar despiertos lo que no aparece en los sueños. No hay piedad. ¿A quién pediremos ‘tiempo muerto’ cuando no sepamos hacer otra cosa que recorrer las avenidas sin rumbo porque se ha perdido la señal GPS? La vida no entiende de planes, de treguas o ausencias; llega sin manual de instrucciones y nos pega las manos al volante. Toca vivir. Nos toca vivir. Hoy es un segundo más tarde que ayer, una décima de tiempo más que, perdido, pide auxilio desde un reino hostil. Hoy quizás pudiera haber sido el día en el que nuestras almas conectaran de forma sincrónica. Hoy, la bóveda celeste sigue siendo un espejismo más que un destino. ¿Ves la curvatura del horizonte desde tu terraza? Hoy nos miramos a los ojos y decidimos seguir mirándonos, un pacto tácito de viento y olas que recogen las aves migratorias para acunarlo en su mundo de aire. Hoy siento el perfume de mi memoria con sólo escuchar tres acordes de esa canción. Se desvanecen las paredes de aliento y bruma nocturna, intangibles pruebas de que existimos de verdad y no en sueños. Hoy quieres que los recuerdos sean evanescentes, pero son tan reales que casi rozan la indecencia. El día huye de la trampa del tiempo, quiere existir para siempre y sabe que es imposible, pero sueña con transformarse alguna vez en década. No corre una ligera brisa y bandadas de gaviotas sobrevuelan las tierras compactadas y blandas de los vertederos urbanos en busca de alguna causa justa. Porque hoy es un día cualquiera, uno más en el que nacen niños y mueren bandidos, surtido de silencios que cantan y de manos que besan, uno más que, especial, serpentea por nuestras rutinas como esperando enero. ¿Verdad? ¿Cómo puedes subir más alto cuando no tienes nada que escalar? Me gusta cuando una inmensa cascada de nada inunda por completo la ciudad y renueva los pensamientos, los deseos y las ganas de tropezar de nuevo con la misma piedra. ¿Cómo es posible que un número sobreviva sin la existencia del tiempo? Me tranquiliza desconocer la verdadera dimensión de las cosas más importantes de la vida. No hay nada que detenga una ráfaga de sentimientos; es metralla que perfora la piel y los músculos y deja mil heridas enanas que lloran y ríen por igual. Y todos los esfuerzos por esquivarla son inútiles, pues sólo eres inmune al cariño o al odio cuando estás muert@. El primer “hola” surge espontáneo, en un instante pequeño, y se mantiene en estado latente hasta que alguien vuelve a decirlo, entonces se ilumina en su caja de cristal y regala imágenes y silencios personalizados. ¿Cómo podremos marcharnos sin decirnos adiós? Cuando estés preparad@ yo me rendiré sumid@ en esta dulce pasividad incontrolable. ¿Se puede llegar a alguna parte sin un destino? La realidad es la peor enemiga de los sueños, el día oculta las metas que nos marcamos durante la noche, porque la noche está diseñada para decir y sentir cosas que no podrían sobrevivir al alba. Todo cambia, todo muta, todo anuncia un fin que es el principio de muchas otras cosas. Todo está en el presente continuo. Te veo bailar con tu traje de cristales líquidos y la sala se ilumina en intermitencias de espejo. No puedes parar de dar vueltas sobre ti mism@, con los brazos extendidos y los ojos cerrados no existe el no. Te elevas, te rebelas, te agotas, te enfadas, te ríes sin sentido, te caes y sigues en el suelo. Y eres cruel con los que acuden a ayudarte. Y rompes a llorar cuando terminas la copa y suena la canción de tu vida. ¿Qué pasaría si la respuesta correcta no siempre fuera la verdad? |
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Agosto 2018
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