Miles de motas se desprenden del techo cuando la pelota de goma rebota en él. La última luz del sol de atardecer las captura y las hace brillar en su descenso hacia el suelo. Me mantengo bajo esa lluvia que no moja pero enciende los sentidos. Cierro los ojos, extiendo los brazos y giro sobre mí misma una y otra vez, no paro hasta notar que pierdo el equilibrio. La sombra de mi cuerpo en movimiento se proyecta en la pared del claustro, clandestina y sin dueño entre arcos concatenados. Puede que ésta sea la última oportunidad para echar a correr en dirección opuesta al pasado, sin nada más que el deseo de iniciar algo nuevo y distinto. Con el firme propósito de seguir siendo dinámica y no por completo predecible, prometo darme cuenta de lo sublime que es el tiempo que nos queda. El Sol se duerme y espero que me sueñe Luna, sobre su lecho de estrellas y de cielo, armada con mis dientes, teñida de valor y siempre nómada de emociones. Miles de horas esperan ser gastadas pero, entretanto, cada segundo es rey en este reino que conquista las tierras del presente.
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Agosto 2018
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