Como hacen las pardelas cenicientas, algunas personas se sumergen en el océano del mundo más de 15 metros en busca de algo auténticamente vital. Sin importarles la sensación de opresión de la velocidad, el peso del oxígeno en su pecho ni la posibilidad de encontrar una muerte segura, escondida en las esquinas de la felicidad anhelada, bajan y bajan sin aliento, movidas por el hambre de vida que no cesa nunca. Un descenso atribulado, nervioso y obsesivo en ocasiones que les es completamente imprescindible para volver a subir a respirar. Un descenso que se vuelve rutina porque es la llama que aviva el fuego de sus almas enfermas de amor, sedientas de justicia, henchidas de orgullo, radiantes de luz como cometas que juegan a morir en el espacio. Perder, quizás ganar, sufrir o tal vez gozar, nunca rendirse.
Algunos humanos parecen más que humanos en sus corceles alados de ventisca y purpurina. Desesperadas, hambrientas, enloquecidas, las pardelas cenicientas vuelan bajo el agua hasta los grandes bancos de peces para alimentarse. Desesperados, hambrientos, enloquecidos, algunos humanos recorren cada centímetro de sus vidas como si fuera el último, y sus contornos se reflejan en los escaparates de las grandes avenidas como deseos que se esfuman inconcretos, inconclusos, incorrectos, incandescentes. Como intrusos.
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Las orcas rozan mi cuerpo mientras, inconsciente, como ebria del sopor que producen ciertos fármacos, me dejo llevar por los remolinos artificiales. Acaricio sus cuerpos brillantes, helados, perfectos, y no siento miedo. A lo lejos, si levanto la vista y floto por un instante, vislumbro alguna orilla que reluce de orgullo, pero no me seduce el brillo de su arena…
Hoy, quizás sólo sea un sueño, elijo oscilar en alta mar como una muñeca abandonada con la que juegan los grupos de mamíferos marinos. Hoy, quizás sólo sea un sueño, abrazo el peligro como si fuera mi amigo y soporto los envites de las olas y los verbos en pasado. Porque hoy, quizás sólo sea un sueño, nadie se atreve a hablarme en presente. ¿Por qué hoy nadie se atreve a hablarme en presente? Es raro el sabor de la sangre mezclada con la sal. Voy bajando, los ojos abiertos y fríos, el cabello largo ondula hacia arriba como buscando el último rayo de Luna, las piernas inmóviles… Alzo la vista por última vez hasta el principio, un diminuto punto de luz celestial roza la superficie del mar. Hoy me transformo en un ser de otro mundo… pero quizás todo sea un sueño. |
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Agosto 2018
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