Hoy ni las palabras cargadas de desdén ni los claroscuros enfoques de sus puntos de vista conseguirán que te quiebres por dentro. Resbalan. El mundo parece un poco más amable, un poco menos muerto, y provoca un efecto precioso que sólo reverbera cuando las almas afines desoyen las voluntades que oscurecen los signos. Hoy propones una tregua, un receso salvaje de flores y de manta en la orilla que quieras, hacia el Sur de este siglo o detrás de esa duna. Y dejas que aniden en tu acrópolis cuantos pájaros quieran ver el Sol como última frontera. Te aseguro que hoy puedes elevar la sonrisa a la enésima potencia sin motivo aparente, sin nadie que se preste a servir de payaso. Si creen que no y tú que sí, ¿quién pierde? ¿quién mutila los últimos segundos posibles de esta etapa? Y eliges hacer pedazos el TODO si así consigues ver la luz de cada parte que palpita en los vértices. Sucede que hoy te pones en un pedestal y ves más allá del límite hipermétrope que insulta sin ser verbo, que escupe siempre en seco. Volar así es más fácil que suplicar al viento que te eleve en un rato, que cuente los secretos del cielo susurrando entre árboles sus nanas. Estar aquí, ser lo primero y lo último en tu mente. Y aunque reconoces efímera esta constancia de ser y estar, no es olvidada, y resurgirá al menor síntoma de asfixia emocional. Hoy es tú, y eres tú tu único compromiso. No te falles.
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Observa el vuelo submarino de una medusa, el silencio, el tiempo húmedo se cuela entre tentáculos que oscilan al compás de las corrientes. Casi no hay luz y su cuerpo de seda y tul baila y se desplaza al roce de corales y plancton sin intención concreta. Sólo vive, se impulsa con una elegancia que es innata, que hipnotiza y enciende la mirada de los depredadores. Arriba, el mundo seco fluye a velocidad de crucero; abajo, los sonidos que emiten las ballenas descansan en su umbrela sólo unos segundos antes de reanudar un viaje de ida y vuelta. A ras de fondo, ejércitos de anémonas esperan su caricia final. Nada teme la bailarina transparente de luz, nada advierte, pues no siente el peligro inminente tras disfraces de flor. A veces, el pulso de la vida congela el corazón y nos convierte en preciosos animales invertebrados con dientes de pétalos que acechan su alimento para sobrevivir. Y otras, sólo sabemos bailar entre los otros como medusas. |
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Agosto 2018
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