Sobre todo no te mientas, porque una lágrima es siempre húmeda y salada, aunque sea nómada. Sobre todo eres el cielo, azul y negro de tormentas eléctricas que asustan a los niños. Ante todo yo soy parte de esta escena muda de viento y sorda de sombras. Ante todo no consiento que me ignoren. Las manos, la luz, las calles que queman, las noches de fiesta, las tardes de abismo... Son mías, son nuestras, son únicas, imborrables conjugaciones del verbo existir. Sal y entra Salta y llora Baila y bebe Ama y sufre Hiere y ríe Nada y todo Grita, escapa, corre. Siempre más, más y más Vivimos en el agua mientras el resto del mundo está seco. Una copa en cada mano. De espaldas a la orilla el viento sopla oscuro y nos empuja hacia el reino de ballenas, allí donde la noche empieza a ser profunda y salvaje. Los extremos se tocan. No era imposible... sólo improbable. No hay tiempo que resista nuestra presencia. No hay tiempo que pueda contener esto. (Imagen: Anne Meuter)
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Detengo mi mirada en el efecto del viento sobre los toldos naranjas de los complejos residenciales. Un baile silencioso que ondea en mitad de la ciudad sin necesidad de ser reconocido. Anónimas coreografías urbanas que escriben un poema a diario, aunque a nadie le importe, a pesar de que a nadie le interesa leerlo. Los veo ondear con un ritmo pausado, como si supieran que la vida es la que manda, no hay que correr, sólo caminar junto al viento y juguetear con su brisa o cabalgar sus ráfagas salvajes y repentinas. Algunos, rasgados por inviernos furiosos, sonríen como ancianos desdentados y felices, y muestran sus heridas al sol de la mañana, orgullosos de poder seguir bailando el viento hasta el final. A veces soy una estatua que sólo mueve los ojos, de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Atrapada y paralizada por un peso invisible que no da tregua. Una estatua en mitad de un mundo que no frena, que gira y gira, no recapacita, no se fija, no escucha, no lee la poesía que transciende los libros e impregna las tardes de finales de julio. Una estatua sin nombre en cuya peana se acuestan los amantes clandestinos. Una estatua invadida de pájaros hambrientos que percibe el olor a miedo tras las líneas enemigas. A veces sólo las estatuas olvidadas en mitad del parque son capaces de sentir la imperiosa necesidad de latir con los versos escondidos tras terrazas anónimas. Pero otras veces todo lo bello en la vida pasa inadvertido, como el baile de los toldos en la ciudad de fuego. Como el beso que traiciona a la razón. Según la RAE, Humanidad se refiere a género humano, a conjunto de personas. También es fragilidad o flaqueza propia del ser humano; sensibilidad, compasión de las desgracias de otras personas; benignidad, mansedumbre, afabilidad; conjunto de disciplinas que giran en torno al ser humano, como la literatura, la filosofía, la historia…
Somos todo eso y más. Y todo lo que somos ya es mucho. Encontrar el maridaje perfecto entre estos ingredientes es lo que algunos perseguimos toda la vida. Bien, desisto. Asumo mi reflejo en el espejo como imperfecto, me disculpo ante todos los afectados por el virus de la Humanidad completa, y sobre todo me disculpo ante mí. Me esforzaré por desplegar al máximo mis alas rasgando algunos músculos olvidados, aunque duela. Mis alas como soplos de plumas suaves puede que a veces se rebocen en el fango como en busca del centro de la Tierra, o como una cierta manera de asumir que lo más bello a veces sobrevive bajo pesadas capas de incompetencia y miedo. O puede que no sea eso. Puede que sólo se revuelquen como formando un sucio torbellino de arte abstracto. Todo subsiste y vacila como los filamentos de las viejas bombillas, en un equilibrio tan frágil como un corazón de cristal en un ser humano enfermo. Blanco y negro en la paleta de la vida, y gris y verde y rojo y ámbar en un óleo cargado de músculos, huesos, neuronas, piel, órganos, risas y lágrimas. El tiempo es el rey en este nuevo Imperio. El tiempo aliado; el tiempo enemigo; el tiempo que duele; el tiempo que nos hace vibrar; el tiempo como medida de las emociones que nos dan forma; el tiempo como espacio entre tú y yo; el tiempo alucinante que se gasta, invisible… El tiempo indispensable para la cura, para el reencuentro, para el olvido, para el coraje de vivir, para el de sentir, para el de mirarse dentro y descubrir nuestra tremenda, preciosa y temida Humanidad. |
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Agosto 2018
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