Detengo mi mirada en el efecto del viento sobre los toldos naranjas de los complejos residenciales. Un baile silencioso que ondea en mitad de la ciudad sin necesidad de ser reconocido. Anónimas coreografías urbanas que escriben un poema a diario, aunque a nadie le importe, a pesar de que a nadie le interesa leerlo. Los veo ondear con un ritmo pausado, como si supieran que la vida es la que manda, no hay que correr, sólo caminar junto al viento y juguetear con su brisa o cabalgar sus ráfagas salvajes y repentinas. Algunos, rasgados por inviernos furiosos, sonríen como ancianos desdentados y felices, y muestran sus heridas al sol de la mañana, orgullosos de poder seguir bailando el viento hasta el final. A veces soy una estatua que sólo mueve los ojos, de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Atrapada y paralizada por un peso invisible que no da tregua. Una estatua en mitad de un mundo que no frena, que gira y gira, no recapacita, no se fija, no escucha, no lee la poesía que transciende los libros e impregna las tardes de finales de julio. Una estatua sin nombre en cuya peana se acuestan los amantes clandestinos. Una estatua invadida de pájaros hambrientos que percibe el olor a miedo tras las líneas enemigas. A veces sólo las estatuas olvidadas en mitad del parque son capaces de sentir la imperiosa necesidad de latir con los versos escondidos tras terrazas anónimas. Pero otras veces todo lo bello en la vida pasa inadvertido, como el baile de los toldos en la ciudad de fuego. Como el beso que traiciona a la razón.
1 Comentario
Angels
21/7/2017 22:07:14
No se puede expresar mejor.. ni tan delicadamente...
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Agosto 2018
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