Quizás no somos nadie para opinar sobre el universo que explota en millones de fragmentos de cristal de arcoíris.
Descubrimos que el alma consigue alzar su voz como los sonidos sinuosos de viento de clarines, sin pedir permiso. Desarmados, flotamos por el espacio en busca de algo, algo auténticamente humano y sencillo que nos devuelva palabras queridas, como lámparas de papel iridiscente. Nada bajo la base de la personalidad, nada sobre la cima del pensamiento, todo el interior repleto de canciones de gramófono que, inconexas, difunden su sonido metálico y antiguo hasta más allá de los límites del sol. Desaparecen la pena y la sombra y se escucha a lo lejos el eco de las voces que amamos montado en un unicornio blanco de luna. Siempre es de noche en el anillo donde habitan las hadas, donde los sueños duermen los cuentos de nuestro futuro. Quizás hoy sea un día lluvioso y líquido de tiempo y memoria en el que extrañas formas de vida emergen de los vasos medio vacíos. Quizás hoy las fronteras humanas se vuelvan polvo estelar y nos permitan atravesarlas a cámara lenta, como sumergiéndonos en mercurio. Quizás las notas dispersas de otras vidas enciendan velas que se eleven hasta los agujeros negros de los olvidados. Quizás nuestro nebuloso viaje encuentre hogares tecnicolores que tiñan la cúspide de la Tierra desde más de mil años luz de distancia. Y saludemos amables entre lágrimas artificiales.
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Agosto 2018
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