Cazábamos murciélagos con sombreros de ala ancha sobre al asfalto asfixiante de la gran ciudad.
Y en la noche larga, indómitas mariposas en potencia lucían orgullosas sus alas invisibles y perfectas. Queríamos la luna, volar, reír y beber hasta alcanzar el nuevo curso de las cosas. Queríamos abrazar las estrellas, la galaxia entera y más allá en un acto reflejo carente de sentido común. Y con sandalias teñidas de polvo de hadas volábamos en sueños con los ojos abiertos hacia la furia, la libertad, la osadía, la inconsciencia. No temíamos morir de gusto. Cazábamos murciélagos estrellando ondas sonoras en las noches de aquel verano indiscutible e inolvidable que nunca volverá. Bajo la sofocante mirada de los párpados vecinos, cuyas palabras planeaban nuestras cabezas locas de atar sin encontrar pista de aterrizaje. Cazábamos murciélagos mutantes con la intensidad de un instante cuando, de repente, nos atravesó de lleno la espada de los años. Y ahora, hay días en los que nos sentimos como pobres partículas de Heisenberg; sabemos dónde estamos o a qué velocidad nos desplazamos, pero nunca ambos datos al mismo tiempo. No pienses más, porque hay días en los que la incertidumbre se vuelve adalid en las batallas más duras de la vida. Quizás sólo haya que lanzar el sombrero al cielo y descubrir qué hemos cazado.
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Agosto 2018
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