Caminaba a ciegas por las tinieblas de aquel otoño interminable. Mi mundo era el tuyo, pero el tuyo empezaba a ser otro, más caótico, aterrador, en el que el dios de los dientes blancos de polvo celebraba cada nueva caída.
Perdida como una niña pequeña en los grandes almacenes, soñaba canciones llenas de luz y anhelaba compartir el refugio de los amantes clandestinos envuelta en llamas de rabia camino del colegio. La normalidad era una excepción y el obelisco de las dudas se alzaba cada día más inmenso, más amenazador y poderoso mientras la palabra confianza desaparecía engullida por su brillo. Es duro no volver a creer en cuentos cuando todavía te sientes princesa, sapo, príncipe, Merlín.... Supimos muy pronto que la vida es implacablemente injusta e indiscutiblemente repentina, pero única e irrepetible al fin. Ahora te miro de reojo porque ya no creo nada de lo que me cuentas; dicen que estás enfermo, que ya no eres tú mismo. Sé que podrías vender hasta tu alma por una fuga más, la última, me dices, y después expiación. Todo da igual. Deja que me transporte a esas tardes de infancia en las que subías las escaleras con la sonrisa puesta. Deja que huya contigo antes de que sea tarde y me niegues tres veces para conseguir tu objetivo. Déjame rescatarte de esa sordidez impropia de tus orígenes, tan puros como los míos. Vuelve a ser tú. Quieres abrir los ojos, cerrar los sentidos y tapar las marcas de la batalla con mangas largas, pero eres muy débil, tanto, que lloras y mientes, y mientes y lloras. Y no te creo. Estamos ya muy lejos de las sobremesas en familia; a millas de distancia de las historias de cines de verano; a años luz de compartir canciones y lecturas. ¿Quién eres ahora? Tras los muros amarillos de nuestro hogar habítaban la emoción de la noche de Reyes; el misterio de los cajones secretos con tesoros valiosos; la pulcritud de las vajillas de domingo y misa de 12; el perfume de abril de las flores en el patio y la sal de las lágrimas de risa. ¿Quién soy ahora? Una roca que ya no siente la erosión de mar. La mano que no existe en tu universo, El abrazo perdido de unos años que sobrevuela la ciudad encantada. El recuerdo que vuelve cada tiempo y se instala en el alma un fin de fiesta. La culpa, quizás la culpa. La rabia, siempre la rabia. Un corazón en invierno. El olvido.
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Agosto 2018
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