Soñamos que somos, pero sólo estamos. Estamos solos. Y aún así, casi sin querer, provocamos reacciones químicas a nuestro alrededor. Nuestra palabra es de larga distancia, a prueba de interrupciones, a salvo de las miopías sociales que boicotean las revoluciones. Un grito al unísono que irradia los bosques de cánticos nuevos y altos, en todos los idiomas del mundo para que el mundo sepa lo que se trae entre manos. Un timbre agudo que aletea entre niños y se vuelve nana cuando las brujas duermen disfrazadas de sombras. Y el sentido se pierde y se pierden los ecos, y en la Tierra la voz que llega a las altas torres de piedra y plata se convierte en el fénix del nuevo mañana. En la mañana esbelta silban los rayos del Sol de las edades mientras traspasan hordas de groseros e infames que no sangran ni mueren, sólo están.
Soñando que somos, algunas noches son tan reales que la garganta duele de tanto gritar basta. Y al menos una nota llega a su destino resquebrajando las pieles de los más aguerridos. Entonces nuestra voz nos hace ser.
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Agosto 2018
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