Conmovedor, triste, atenazador, inquietante, en ocasiones escalofriante, elegante, cabaretesco, frío, no te roza pero te invade, te conquista, te asusta, te calma en algunos momentos, la música… la música lo es todo. Vestidos, desnudos, bailan, mueren, reinan, temen, sueñan, aman, huyen, se burlan, se cansan de no morir.
Uno, él, se sacrifica, para que todo vuelva a empezar. ¿Cuándo? En cualquier momento. La rueda empieza a girar de nuevo y volvemos a ser libres, pero, ojo, no estamos a salvo. Increíble el ambiente en Teatro Real en la última función de El emperador de la Atlántida. Lleno. Y es lógico, porque lo que he vivido, visto y oído es un espectáculo total que a nadie deja indiferente. Me quedo sobre todo con el indomable talento de Halffter –seguro que Ullmann habría imaginado así su ópera–, con la apabullante dirección de escena (ole de verdad), las interpretaciones atronadoras de La muerte y el ayudante del Káiser y el humor a su pesar y los fósforos… Y esa poesía desgarradora de Rilke en el Canto de amor y muerte. Y la música, siempre. Genial. Advierto: quien tenga oportunidad de ver El Emperador de la Atlántida no debería perdérselo.
1 Comentario
Nonazo
22/6/2016 12:10:58
Lo que inunda es cómo lo cuentas o cómo lo viviste. Lo dicho, qué envidia malsana.
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Agosto 2018
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