Correr por los bosques ya no es suficiente para él.
Quiere más, siempre quiere más. No se cansa de acechar a su próxima víctima que palpita nerviosa tras el gran roble. Su espalda contra el tronco milenario, la respiración agitada, las manos tapan su boca. No respires, no mires, no sientas, no toques, no te muevas. Inmóvil, confía en que desista y se aleje, sin embargo desea que el juego nunca termine. Ni un ruido. Sólo el pulso de quien se acerca, inmenso, insistente, irresistible. I want you now. Y se oye el crujir de hojas secas.
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Regresa a aquellos días de noviembre en los que la eternidad era una tarde de viernes.
Todos los secretos encerrados en una carpeta de cartón azul marino, a salvo de miradas curiosas. Regresa a la inconsistencia de la realidad, siempre mucho más débil que las emociones adolescentes. Y danzamos y danzamos y en nuestras múltiples vueltas ciegas rompemos un marco. Vuelve a sentir la mirada tímida de alguien que se esconde tras una cortina estampada de risas. Somos aquello que no cesa de ser. Somos una ola que se resiste a morir en la orilla y quiere repetir sin sentido su ir y venir constante. Sólo porque le apetece. Sólo porque, por ese segundo en el que cierras los ojos mientras escuchas la canción, vuelves a ser tú mismo. Y el perfume naranja de los años vividos se mezcla con el vodka en un cóctel imposible de tiempo, sueños, rabia y deseo. ¿Has olvidado las contraseñas secretas para contagiar la sonrisa perfecta? Regresemos a la vida, pues la vida, si no, se escapará con otros menos muertos. En tu última carta me preguntas qué tal me encuentro. Bien. Intuyo que mi vida será larga porque no soy brillante, porque ni siquiera me doy cuenta de si he alcanzado o no esa cima a la que cada cual quiere llegar. Tampoco sé si hay más de una, o una cada cierto tiempo. Me pregunto si sabré reconocer ese momento especial, apoteósico y único en el que todo es perfecto.
Quisiera saber si estaré a merced de una ráfaga de viento ocasional que me eleve a lo máximo de mí mismo o si los pequeños huracanes de mi existencia me darán más oportunidades de plantar la bandera en territorio inexplorado. Quizás esté exento de cumplir esa misión, dispensado del servicio por designios divinos o fuerzas sobrenaturales. Quizás ya sólo el hecho de sobrevivir a la certeza de vulnerabilidad que provocó en mí la treintena sea un hito en sí mismo, sin ornamentos, sin grandes aspavientos. Desconozco si hay una cumbre esperándome y es probable que dudar de su existencia sea la prueba que necesito para convencerme de que nunca la alcanzaría. Con todo, si alguna vez consigo cabalgar a lomos de un inesperado y fructífero vendaval, es posible que me distraiga un tanto en el camino con las cosas prosaicas que conforman mi vida. Así que, sí, tranquila, me encuentro bien. Creo que viviré mucho tiempo. |
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Diciembre 2018
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